lunes, 7 de septiembre de 2015

Capítulo III: Fuego contra hielo

-¡ME TENÉIS HARTA! -gritó la joven con todas sus fuerzas. Su voz provocó un pequeño seísmo en la habitación y se desprendieron algunas piedras pequeñas del techo- Vaya, no sabía que podía hacer eso… ¡Qué fuerte! -iba a sonreír, pero pareció acordarse de que estaba muy enfadada- ¡Me voy de aquí! ¡Os dejo solas con vuestras luchas para ver quién es el gallo del corral! ¡Me largo! ¡Adiós!

Abrió la puerta, pero una ráfaga helada la cerró de golpe y la escarcha bloqueó el pomo y la cerradura.

-Oh perfecto -gruñó la joven enfadada- ¿Así que abusando de tu poder? ¿Piensas impedirme por la fuerza que me vaya?

-No es eso… La he bloqueado sólo para que puedas escucharme -empezó una chica visiblemente más mayor y elegante- Por favor, escúch…

-¡Já! No te lo crees ni tú, cubito de hielo -intervino una tercera joven- Has fracasado como reina y como hermana. Otra vez.

La chica mayor perdió los papeles soltó un grito de rabia y preparó una bola gigante de hielo que estamparía contra el corazón de esa estúpida chica-cerilla.

-¡Elsa! ¡No! -la primera chica se interpuso entre las dos. La bola de hielo desapareció entre los dedos de su creadora al instante.

-¡Anna! Podría haberte hecho daño. Un poco más y no lo cuentas.

-No sería la primera vez -puntualizó la tercera.

-¡Cállate, Mérida! -dijeron las otras dos a la vez. La joven que se había interpuesto entre las dos suspiró sonoramente y se dispuso a hablar.

-Vale. Lo entiendo. Os odiáis. Elsa tiene poderes de hielo, Mérida tiene poderes de fuego. Sois opuestas. Además las dos sois reinas y debéis demostrar vuestra valía. Lo entiendo también. Y entiendo que tengáis carácteres incompatibles pero POR FAVOR -remarcó el “por favor”- dejad de intentar mataros. Tú Mérida, acabarás por incendiar las residencias provisionales y ¡qué digo! todo el colegio. Y tú, Elsa… -suavizó automáticamente el tono- No te estoy pidiendo que te reprimas. Sólo que no lances bolas de hielo a diestro y siniestro tampoco…

-O acabarás provocando otro invierno eterno. -Concluyó Mérida.

-Ya no hace gracia, Mérida. -Regañó Anna.

-No, si tiene razón, Anna, déjala… ¿Qué clase de reina soy si me dejo llevar por las rabietas de una niña de dieciséis años? He estado tan cegada con nuestras trifulcas que no he pensado que podía realmente hacer daño a alguien… O peor, a tí… -Elsa se derrumbó sobre la cama.

-¿Te digo qué clase de reina eres? -dijo Anna estirándose a su lado- Eres una reina humana, de carne y hueso. Con sentimientos. Eso es bueno, Elsa. ¿O me estás diciendo que prefieres ser una persona reprimida y frígida?

-Tienes razón… Pero no puedo permitirme volver a herirte. Puedes marcharte si quieres -con un gesto de sus dedos la puerta se descongeló.

-No quiero irme en realidad -sonrió Anna- si no fuese por mí os habríais matado ya. No soy poderosa como desde luego vosotras lo sois, de hecho no sé ni qué hago aquí… Pero si de algo estoy segura es de que soy el pegamento que nos mantiene unidas a las tres. Algún día Mérida y tú dejaréis de intentar mataros. Sé que parece loco, pero también lo parecía que la pequeña Meri se abriera a nosotras, pero cuando no está intentando carbonizar el colegio la cosa no va tan mal, ¿verdad, Mérida?

Mérida bufó a Anna.

-Nada de “pequeña Meri”. Te recuerdo que soy una reina, mientras que tú eres un adorno, perdón, una princesa. He luchado en una guerra. No tienes ni idea de lo que he pasado. Así que no me llames “pequeña Meri” como si fuese una especie de tercera hermana. -Se tumbó en la cama dándoles la espalda.

Sin ningún tipo de pudor, Anna se levantó de la cama de su hermana para sentarse en la de Mérida.

-¿Es que no tienes cama? -gruñó Mérida de mala gana.

-Sí que tengo. Pero prefiero poder mirarte cuando te hablo, llámame rara -respondió Anna con sorna. Eso pareció llamar la atención de Mérida que levantó la cara de la almohada.- Nunca sabremos por lo que has pasado a no ser claro, que nos lo cuentes. Podemos ser amigas, Mérida. Ya te sabes la historia de Elsa y yo, estuvimos trece años separadas, ¡yo estuve trece años creyendo que mi hermana me odiaba! Luego me congeló el corazón y me mató, convirtiéndome en estatua de hielo. ¿Te crees que el nuestro ha sido un camino de rosas? Ahora nos tenemos la una a la otra, pero sabemos lo que es estar solas.

Mérida miró a Anna algo confundida. Elsa había decidido mantenerse al margen.

-Me costará volver a confiar en alguien… -dijo en voz baja. Anna sonrió.

-Podemos esperar. Ya te he dicho que yo esperé a Elsa durante trece años.

Mérida sonrió levemente.

-Venga va, vayamos las tres juntas a la ceremonia de bienvenida. ¿No os sentís emocionadas por cuál será vuestra residencia?

Elsa se levantó de la cama a la par que Mérida. Se miraron y respiraron hondo.

-Por supuesto yo iré siempre en medio de vosotras -continuó Anna-, no es que no me fíe, es que… No me fío.

-Yo tampoco me fiaría -concordó Elsa con una risa. Mérida empezó a echar chispas, literalmente.

-¿Pero no ves cómo me provoca? ¡Ya no voy! ¡Y que me arrastren de los pelos a mi residencia que pienso quemarlos como hice con los clanes traidores! -rugió.

-Mérida… -suspiró Elsa- me refería a mí. No a ti. Relájate, anda.

Mérida gruñó pero aceptó.

-A todo ésto… -empezó Anna- ¿Qué son los clanes traidores? ¿Los quemaste con tu pelo?

-No te pases con las confianzas. Tenemos mucho tiempo. Quizás en trece años te lo cuento.

-Touché -suspiró Anna.

-No pretendía sonar tan borde, y desde luego no esperaré trece años a contártelo -se suavizó Mérida al ver a Anna afligida-. Pero en serio, no te pases. Necesito tiempo.

Minutos después, salieron las tres juntas de las residencias provisionales, donde los alumnos se habían estado instalando hasta el inicio oficial del curso, en que se abrirían las cuatro grandes Residencias y cada alumno iría a la suya correspondiente. Ese día era treinta de septiembre, la víspera del inicio del curso escolar. Después de la cena y el discurso de bienvenida, la Directora Campanilla de Cobre se llevaría a los novatos al Bosque de las Hayas, el lugar más mágico de los alrededores del Colegio y los sometería a la Prueba de la Gota, que determinaría en qué residencia se alojarían durante los siguientes cinco años.

-Eso de “la Prueba de la Gota” suena un poco siniestro, ¿no creéis? -conversaba Anna sin esperar respuesta- Igualmente creo que puedo adivinar donde os alojaréis vosotras: Yo a tí Elsa te veo reflexiva e inteligente, como una Acedera. Y Mérida, tan poderosa y temperamental no puede estar sino en Haya. ¿Qué me decís?

-No me veo en Haya -respondió Mérida- demasiado estirados.

Elsa puso los ojos en blanco.

-Oh, ¿lo dice en serio, señorita “te recuerdo que soy una reina mientras que tú eres un adorno”? -dijo pícaramente.

Anna se rió. Mérida no.

-Una más y convertiré ese pelo blanco en ceniza. ¡Te quedarás calva como un huevo!

-Es rubio platino, estúpida cerilla. -Espetó Elsa perdiendo la paciencia. Ante la sorpresa de las dos enfrentadas, Anna estalló en risas.

-¡Perdonad, perdonad! Es que lo de “estúpida cerilla” ha sido bueno. Ya me callo.

El pelo de Mérida brilló peligrosamente
.
-Perfecto. Un motín. Os vais a enterar, esquimales remilgadas.

Sonrió malévolamente y empezaron a salir pequeñas llamas de sus rizos, mientras Elsa se colocó delante de Anna (que gritaba y pataleaba para evitar otra pelea), con una mano creó un escudo de hielo, con la otra empezó a acumular nieve. Anna se zafó de su hermana y volvió a colocarse por enésima vez en medio.

-¡Parad, parad! ¡Por favor! Venga, llevábamos un rato bien… ¡Podemos conseguirlo! ¡Por favor dejad de…! ¡Auch!

Como caminaba de espaldas tratando de evitar una catástrofe no vió a la chica rubia con la que chocó, provocando que las dos cayeran al suelo.

-¡Ay mi rodilla!

-Menudo culazo contra el suelo…

-Me duele…

-A mí más…

Se miraron por primera vez y rieron de la situación tan tonta en la que se encontraban.

-Perdón por tirarte al suelo, es que iba de espaldas tratando de evitar que todos, incluida tú, murierais -explicó Anna.

-Vaya, gracias supongo -respondió la chica nueva, divertida- Y no te disculpes, es que voy mirando las musarañas.

-No, mujer. Todas vamos así el primer día. Soy Anna.

-Mérida -se presentó la chica con el pelo de fuego.

-Elsa -hizo lo mismo la joven con poderes de hielo.

-Encantada de conoceros a todas. ¿Sois hermanas?

-Sí -respondió Elsa.

-Para nada -dijo a la vez Mérida.

-¿Y tú cómo te llamas? -preguntó Anna.

-Rapunzel.

-¡Vaya! -exclamó Anna- ¡Elsa! ¡Se llama igual que la princesa perdida!

-¿Qué? ¿Yo? -preguntó Rapunzel confundida.

-Es cierto -asintió Elsa- aunque hace ya tantos años que no escuchaba nada sobre el tema… Casi se había ido de mi mente, pero es cierto, la princesa perdida se llama Rapunzel.

-¿No serás la princesa perdida? -preguntó inquisitivamente Anna mirándola de arriba a abajo.

-¿Yo? -dijo Rapunzel soltando una carcajada- ¡Qué tontería! No soy ninguna princesa, he vivido toda mi vida en una torre y mi madre no es ninguna reina… Aunque a veces se lo creyera.

-Pues vaya -suspiró Anna- hubiese estado bien darles la buena noticia a nuestros tíos de Corona.

Rapunzel abrió mucho los ojos y la boca. Parecía haberse quedado petrificada.

-¿Has dicho… has dicho… acabas de decir… “Corona”? -tartamudeó Rapunzel.

-Sorpresaaa… -canturreó Mérida. Se lo estaba pasando en grande.


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